miércoles, 16 de noviembre de 2016

Libro: Bolívar antiimperialista de: Francisco Pividal (extractos) Parte IV BOLIVAR Y MIRANDA: EL ENFRENTAMIENTO

Con el triunfo de los federalistas, quedaron satisfechas las oligarquías provinciales al recogerse sus apetencias descentralizadoras en la Constitución de 1811.

Mientras todos estos debates tenían lugar, la contrarrevolución realista continuaba desarrollándose en Venezuela. España opuso un mecanismo idóneo a la indecisión mantuana: ¡la igualdad! Era más atrayente y positiva para los humillados –pardos, indios, negros esclavos y blancos de orilla– la bárbara igualdad, ofrecida por los españoles (Monteverde, primero; Boves, después) que la desigualdad y la explotación impuestas por los criollos como clase económicamente dominante.

La inminencia de una guerra dejó aventadas las cajas del tesoro nacional y paralizó las exportaciones. Faltaron las telas y los víveres. Los pulperos –bodegueros– se resistían a vender sus comestibles por los “asignados”, billetes con muy escaso valor de cambio. La oligarquía aprovechó este desabastecimiento para especular con el hambre y la miseria del pueblo, convirtiéndose de hecho en potencia financiera. Los explotadores criollos, frente a los explotados, criollos también.

A esta desastrosa situación económica, sufrida en su totalidad por “los pobres de la tierra”, se unieron otros males que agravaban por momentos la estabilidad de la República. La contrarrevolución realista y los descontentos lo sintetizaban todo así: ¡tanto desastres juntos no habían ocurrido “ni en tiempos de España”!

La Capitulación
Para completar este fatídico cuadro sólo faltaba la más completa y absoluta derrota militar, y también llegó. A consecuencia de la traición de Vinoni, un subteniente de milicias, se pierde la más importante fortaleza de los independientes: ¡Puerto Cabello!

Trece días más tarde se firma, por los representantes de Miranda y Monteverde, la capitulación. De esta manera queda sepultada la Primera República Venezuela.

En la capitulación se establecía que Monteverde daría pasaporte a todos aquellos que quisieran abandonar el país, pondría en libertad a los jefes patriotas y detenidos políticos, respetaría sus bienes y libertades, no molestaría a nadie por su conducta anterior a la capitulación e implantaría la Constitución española de 1812. Monteverde no respetó lo convenido. Para los independientes –decía– no cabe otro trato que el emanado de la Ley de la Conquista. Retrocedió 300 años, o sea, volvió a los tiempos de Pizarro y de Cortés.

La prisión de Miranda no obedeció a sentimientos innobles como pretenden los calumniadores del Libertador. Si esta imputación hubiera sido cierta, no se explica que Leandro y Francisco, los propios hijos de Miranda, viajaran desde Inglaterra para servir lealmente bajo las órdenes del ilustre caraqueño. Ellos vieron en Bolívar la continuación de la obra de su progenitor.

Aunque la capitalización fue producto de un acuerdo colectivo y la detención del Generalísimo, también; para la historia, la responsabilidad de la primera recae exclusivamente sobre Miranda; y la responsabilidad de la segunda, exclusivamente sobre Bolívar. Quedaron así, enfrentados para la posteridad, el PRECURSOR, el más grande teórico de la integración hispanoamericana, y el LIBERTADOR, el más grande revolucionario, ejecutor de esa teoría.

DESTIERROS E IDEOLOGÍA
Al caer la Primera República, Bolívar marcha al destierro. Transitoriamente se aisla en Curazao. Poco después pasa a Cartagena de Indias. Esta Ciudad-Estado acoge a los desterrados venezolanos y aprovecha de paso sus experiencias militares.

Los éxitos alcanzados con la Campaña Admirable -mil millas en siete semanas, desde el río Magdalena hasta la capital de Venezuela- permitieron a Bolívar entrar en Caracas el 7 de agosto de 1813. Una semana después se le nombra Capitán General de los Ejércitos (o General en Jefe) y se le concede el título que lo hará inmortal: Libertador de Venezuela.

Para El Libertador, la guerra revolucionaria era justa por cuanto era el único instrumento de que disponía el pueblo para emanciparse. Las guerras revolucionarias son procesos inevitables. Bolívar no llegó a conformar una teoría de esta verdad, pero, con el tiempo, la puso en práctica.

Pronto comprendió que su recién instaurada Segunda República estaba permeada por las tendencias conciliatorias y vacilantes de los mantuanos, que corrieron como aves de rapiña a ocupar las posiciones abandonadas por los españoles. A pesar de su concepción de clase, la Segunda República se le evidenciaba tan lejos del pueblo como la Primera. Objetivamente, pudo comprobar que a su exitosa Campaña Admirable no se habían sumado los combatientes de fila que debió aportar el pueblo de Venezuela.

Bolívar había triunfado como conductor de tropas, pero no había podido unificar al pueblo para desencadenar la guerra revolucionaria.

Comprende que el ideal independentista no ha calado en las masas populares, que los esclavos temían menos a los españoles que a los mantuanos, y que los pardos preferían a Boves.

La Carta de Jamaica
Hasta entonces, Bolívar se había manifestado esporádicamente acerca de la indispensable integración de los países de América para hacer frente al colonialismo español y obtener la independencia. Defensor consecuente de las concepciones de Viscardo y Guzmán y de lo mejor de la obra de Miranda, pero no expositor preciso de su ideal unionista, como destilan los pronunciamientos de esa “carta profética”. Es profética, porque sin haber transitado aún por los caminos de América, intuye, con visión anticipada, el futuro hemisférico, emitiendo juicios tan exactos que jamás han sido igualados.

Después de haber descrito con genialidad visionaria la situación del hombre americano, pudiéramos preguntarnos hoy si la misma ha cambiado: “Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo y, cuando más, el de simples consumidores...”.

¡Ya no es la misma, la nación avarienta! José Martí denunció a la nueva: “Jamás hubo en América asuntos que requiera más sensatez... ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder... De la tiranía de España supo salvarse la América española; yahora..., urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”. ¡Ya no de los monopolios del Rey, como apuntaba Bolívar! Ahora son los del imperialismo norteamericano como señala Martí.

Cartagena de Indias, Kingston y Port-au-Prince acunaron su transformación: el pensador inquieto cedió el paso al escritor profundo; del terrateniente revoltoso al revolucionario consciente; del oficial mantuano al guerrillero intrépido; del doctrinario febril al analista político; y del admirador de las instituciones foráneas al reafirmador de la grandeza autóctona.

En el destierro siente, como nunca antes, la necesidad de Patria, referida ésta al suelo natal, para desde allí, comenzar la empresa capaz de forjar la Gran Nación Hispanoamericana.