Todo se presentaba muy complicado, a inicios de 2016, para las
autoridades de Caracas. Principalmente por tres razones : 1) la
oposición neoliberal había ganado las elecciones legislativas de
diciembre 2015 y controlaba la Asamblea Nacional ; 2) los precios del
petróleo, principal recurso de Venezuela, habían caído a su nivel más
bajo en los últimos decenios ; 3) el presidente estadounidense Barack
Obama había firmado una orden ejecutiva en la que declaraba que
Venezuela representaba una “inusual y extraordinaria amenaza para la
seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos” .
O sea, en tres campos decisivos –el político, el económico y el
geopolítico-, la revolución bolivariana parecía estar a la defensiva.
Mientras que la contrarevolución, tanto interna como externa, pensaba
tener, por fin, el poder en Venezuela al alcance de la mano.
Y todo esto en un contexto de guerra mediática de larga duración
contra Caracas que comenzó con la llegada al poder de Hugo Chávez en
1999 y se intensificó a partir de abril de 2013. Alcanzando unos niveles
inauditos de violencia después de la elección del presidente Nicolás
Maduro.
Esta atmósfera de agresivo y permanente acoso mediático produce una
insidiosa desinformación sobre Venezuela que confunde hasta a muchos
amigos de la revolución bolivariana. En particular porque, en esta era
de la ‘post-verdad’, la práctica de la mentira, del fraude intelectual y
del engaño descarado no es sancionado por ninguna consecuencia
negativa, ni en términos de credibilidad, ni de imagen. Todo vale, todo
sirve en esta ‘era del relativismo post-factual’, y ni siquiera los
hechos o los datos más objetivos son tomados en consideración. Tampoco
se acepta el argumento –tan obvio en el caso de Venezuela- del complot,
de la conjura, de la conspiración. De antemano, el nuevo discurso
mediático dominante denuncia y ridiculiza el « pretendido complotismo »
como un inaceptable argumento de una « vieja narrativa » que no es de
recibo…
Todo pues, a principios de 2016, aparecía muy cuesta arriba para el
presidente de Venezuela. Hasta el punto de que el achacoso opositor
neoliberal Henry Ramos Allup, pasablemente embriagado por su mayoría
parlamentaria, se permitió asegurar, en enero de 2016, en su primer
discurso como presidente de la Asamblea Nacional, que « en un lapso no
mayor a seis meses » sacaría del poder a Nicolás Maduro. Inspirándose
sin duda en el golpe de estado institucional contra la presidenta Dilma
Rousseff en Brasil, y apostando por una victoria en un eventual
referendo revocatorio.
Así estaban las cosas cuando el presidente Maduro, en una magistral
secuencia de jugadas de ajedrez que nadie vio venir –perfectamente
legales según la Constitución-, sorprendió a todo el mundo. Renovó, como
era su derecho, a los miembros del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ),
órgano superior del poder judicial, cuya Sala Constitucional tiene la
última palabra en materia de interpretación de la Constitución.
Saturada de soberbia, la oposición cometió entonces dos errores mayúsculos :
1) Decidió ignorar las advertencias del TSJ y sesionar con tres
diputados del estado Amazonas cuya elección, en diciembre de 2015,
estaba bajo suspensión cautelar por irregularidades. Ante esa afrenta,
el TSJ dictaminó obviamente que la incorporación de los tres diputados «
no electos regularmente » retiraba toda validez a las decisiones de la
Asamblea Nacional. De hecho, el TSJ declaró en desacato (desobediencia) a
la Asamblea y determinó que « se considerarán nulas todas sus
decisiones ». De tal modo que, por sus propios errores, la Asamblea no
solo no consiguó legislar, ni controlar al gobierno, sino que, como lo
reconocen prestigiosos especialistas en derecho constitucional, se anuló
a si misma, dilapidó su poder y se autodisolvió . Esta fue la primera
gran victoria de Nicolás Maduro en 2016.
2) En su obsesivo afán de derrocar al presidente, la oposición
antichavista también decidió ignorar los requisitos legales (art. 72 de
la Constitución), en términos de etapas imprescindibles y de pasos
exigidos por los reglamentos jurídicos, para lanzar un referendo
revocatorio en 2016 . Ahí los opositores fracasaron igualmente de manera
estrepitosa. Y ello constituyó otra gran victoria de Nicolás Maduro.
Aún así, llegó un momento, hacia marzo-abril de 2016, en que todo se
complicó enormemente. Porque, a las embestidas habituales de las fuerzas
hostiles a la revolución bolivariana, vinieron a sumarse una
impresionante sequía, la segunda más grande desde 1950, y calores
extremos causados por el fenómeno El Niño. En Venezuela, el 70% de la
energía se genera por hidroelectricidad y la principal central
hidroeléctrica depende del embalse Guri. Al reducirse las lluvias, los
niveles de este embalse disminuyeron casi al nivel mínimo.
La contrarevolución trató de aprovechar esta circunstancia para
multiplicar los sabotajes eléctricos, buscando a crear caos energético,
enojo social y protestas. El peligro era mayúsculo porque al problema
eléctrico se sumaba, por efectos de la persistente sequía, la falta de
agua potable…
Pero el Presidente Maduro actuó de nuevo con celeridad y adoptó
medidas drásticas : decidió la sustitución de millones de bombillos
incandescentes por ahorradores ; ordenó el reemplazo de los viejos
acondicionadores de aire por otros de nueva tecnología ahorradora ;
estableció el medio día laboral en la administración pública ; y decretó
un plan especial de ahorro nacional del consumo eléctrico y de agua.
Gracias a estas audaces medidas, el Presidente consiguió evitar el
colapso energético . Y obtuvo así una de sus más populares victorias del
año 2016.
Otro de los problemas importantes (quizás el más grave) que tuvo que
enfrentar el Gobierno –consecuencia en parte de la guerra económica
contra la revolución bolivariana- es del abastecimiento alimentario. Hay
que recordar que antes de 1999, el 65% de los venezolanos vivían en
situación de pobreza y que sólo el 35% podía disfrutar de una alta
calidad de vida. O sea, de cada diez venezolanos sólo tres consumían
regularmente carne, pollo, café, maíz, leche, azúcar… Mientras que, en
los últimos diecisiete años, el consumo alimentario (gracias a la
inversión social masiva de la revolución) se disparó en un 80%.
En sí, este cambio estructural, explica por qué, de pronto, la
producción nacional de alimentos, mucho más importante de lo que se cree
, resultó insuficiente.
Como la demanda aumentó masivamente, también se disparó la
especulación. Y ante una oferta estructuralmente limitada, los precios
se elevaron vertiginosamente. Y se expandió el fenómeno del mercado
negro o « bachaqueo ». Muchas personas compraban los productos
subvencionados por el Gobierno a precios inferiores al del mercado para
venderlos a precios superiores al mercado. O los « exportaban »
masivamente a los países vecinos (Colombia, Brasil) donde los revendían
por el doble o el triple de su precio subvencionado.
De tal modo que
Venezuela se ‘desangraba’ de sus dólares – cada vez más escasos por el
derrumbe de los precios del petróleo- para alimentar a unos ‘vampiros’
que le arrebataban los productos de primera necesidad a los más
humildes, a la vez que se enriquecían de manera excepcional. Semejante
inmoralidad no podía continuar.
Una vez más, el Presidente Maduro decidió actuar con mano firme.
Primero -muy importante- cambió la filosofía de la ayuda social. Y
corrigió un error mayúsculo que se llevaba cometiendo en Venezuela desde
hacía lustros. Decidió que el Estado, en vez de subvencionar los
productos, debía subvencionar a las personas. Para que sólo los pobres,
los que realmente lo necesitan, tuvieran acceso a los productos
subvencionados por el Gobierno. Para todos los demás, el producto se
vende a su precio justo establecido por el mercado. Lo cual evita la
especulación y el bachaqueo.
Y segunda medida decisiva, el Presidente anunció que, a partir de
ahora, el Gobierno pondría todo su empeño en cambiar el carácter
económico del país para pasar de un ‘modelo rentista’ a un ‘modelo
productivo’. A este respecto, el Presidente definió « quince motores »
para reanimar la actividad económica tanto del sector privado, como del
sector público y de la economía comunal.
Esas dos decisiones esenciales convergen en una original creación
imaginada por el Presidente Maduro : los CLAP (Comités Locales de
Abastecimiento y Producción) que constituyen una nueva forma de
organización popular. Hogar por hogar, los representantes de las
comunidades organizadas entregan, a precio regulado, bolsas repletas de
alimentos. Muchos de estos alimentos son de nueva producción nacional.
Los CLAP deberían abastecer, en los próximos meses de 2017, a unas
cuatro millones de familias humildes. Garantizando la alimentación del
pueblo. Y rubricando así una nueva gran victoria del Presidente Maduro.
Otra victoria no menor este año 2016 tan difícil, la constituye el
récord obtenido en materia de inversión social que alcanzó el 71,4% del
presupuesto del país. Es un récord mundial. Ningún otro Estado en el
planeta dedica casi las tres cuartas partes de su presupuesto a la
inversión social.
En materia de salud, por ejemplo, el número de establecimientos
hospitalarios se multiplicó por 3,5 desde 1999. Y la inversión en un
nuevo modelo humano de salud pública se multiplicó por diez.
La Misión Barrio Adentro, cuyo objetivo es atender a los enfermos en
las áreas urbanas más humildes del país, ha realizado casi 800 millones
de consultas y salvado la vida de 1.400.000 personas. Las universidades
de medicina han formado a 27.000 nuevos médicos. Y otros treinta mil
deben obtener su diploma en 2017. Ocho Estados han alcanzado una
cobertura de Barrio Adentro 100% en 2016, cuando la meta era de seis.
Otra victoria social fundamental, no mencionada por los grandes
medios dominantes, es la alcanzada en materia de adultos mayores que
reciben una pensión de jubilación. Antes de la revolución apenas el 19%
de los jubilados recibían una pensión, el resto subsistía a menudo en la
miseria o a cargo de sus familiares. Este año 2016, el porcentaje de
personas jubiladas que reciben una pensión (aunque no hayan podido
cotizar a la seguridad social durante su vida activa) alcanzó el 90%. Un
récord en Suramérica.
Otra victoria espectacular –y que tampoco mencionan los grandes
medios dominantes- es la conseguida por la Misión Vivienda encargada de
construir viviendas sociales, a precio regulado, para las familias
venezolanas humildes.
En 2016, esta Misión entregó nada menos que 359.000 viviendas (a
título de comparación, un país desarrollado como Francia apenas
construyó, en 2015, 109.000 viviendas sociales). A eso hay que añadir
las 335.000 viviendas rehabilitadas en el marco de la bonita Misión
Barrio Nuevo, Barrio Tricolor.
Una Misión particularmente elogiada por
el genio de la arquitectura Frank Gehry, autor del Museo Guggenheim de
Bilbao y del Museo Louis Vuitton en París, que ha declarado desear
involucrarse en ella. De tal modo que estamos hablando de casi 700 000
viviendas sociales entregadas en 2016. Una cifra sin equivalente en el
mundo.
Desde que inició su mandato, en 2013, el Presidente Maduro ya ha
entregado cerca de un millón y medio de viviendas a familias modestas.
Récord mundial pasado bajo silencio por todos los medios hostiles a la
revolución bolivariana. Y que hasta muchos amigos omiten a veces de
mencionar.
Recordemos, para terminar, algunas de las brillantes victorias
conseguidas en el ámbito geopolítico. Por ejemplo, haber impedido que la
Organización de Estados Americanos (OEA), dominada por Washington,
condenase a Caracas como lo pretendía el secretario General de esta
organización, Luis Almagro, quien invocaba la Carta Democrática contra
Venezuela.
O el éxito de la XVII Cumbre del Movimiento de los Países No
Alineados (MNOAL) realizada en septiembre de 2016 en el Centro de
Convenciones Hugo Chávez de la isla Margarita con la presencia de
numerosos jefes de Estado y de Gobierno y de representantes de ciento
veinte países que aportaron su solidaridad a Venezuela.
Enfin, en esta campo, la principal victoria del Presidente Maduro, que efectuó varias giras internacionales con ese objetivo, fue el logro inaudito de un acuerdo entre países OPEP y no-OPEP para la reducción concertada de las exportaciones de petróleo.
Este acuerdo histórico, firmado en noviembre de 2016, frenó de
inmediato el deterioro de los precios de los hidrocarburos que se
desplomaban desde mediados de 2014 cuando sobrepasaban los cien dólares
por barril.
Gracias a esta victoria capital, los precios del petróleo –que
estaban en 24 dólares en enero- sobrepasaban los 45 dólares a final de
diciembre 2016.
Así pues, en el año más duro y más largo, en el que tantos apostaron
por su tropiezo, el Presidente Nicolás Maduro, sorteando todos los
escollos, todas las trampas y todas las dificultades, ha demostrado su
talla excepcional de hombre de Estado. Y de líder indestructible de la
revolución bolivariana.