Cuando escucha la primera pregunta, Zygmunt Bauman se endereza
levemente sobre el estampado floral de su butaca. Luego arquea sus
cejas, con pelos largos como meñiques. Y, tras una interminable calada a
su pipa, masculla una respuesta: «Por favor, come un poco... Necesito tiempo para pensar».
El sociólogo señala el bufé que ha preparado en la mesita de su
salón: fresas con nata, bizcocho casero, frutos secos y zumo de pera. No
es el único detalle inusual: frente a tantos intelectuales de
renombre, Bauman renuncia al piloto automático en las entrevistas.
A cambio, lo que llega a continuación de su pausa no es una simple
respuesta, sino un discurso de más de 15 minutos repleto de meandros
argumentales y citas rebuscadas, más parecido a una de sus lecciones en
la Universidad de Leeds que a un simple encuentro con un periodista
extranjero.
La excusa de la visita a su hogar esta mañana de otoño es Extraños llamando a la puerta (Paidós). En su nuevo ensayo, el polaco, de 91 años, engarza la crisis de refugiados con la idea capital de su obra: la modernidad líquida.
Es decir, cómo los pilares sólidos que apuntalaban la identidad del
individuo -un estado fuerte, una familia estable, un empleo
indefinido...- se han ido licuando hasta escupir una ciudadanía
acongojada por la zozobra permanente y el miedo a quedarse atrás.
«Los europeos -truena la voz del precariado con su inglés de fuerte
acento polaco- nos encontramos con la llegada repentina de millones de
personas que, hasta hace unos años, tenían vidas muy parecidas a las
nuestras: trabajos de calidad, casas propias, ambiciones
profesionales... Y, de golpe, son refugiados que lo han perdido todo por
culpa de la guerra. Su aparición en masa nos hace conscientes de cuán frágil, inestable y temporal es la presunta seguridad de nuestras vidas.
La inmigración nos provoca tanta ansiedad porque ese miedo a perderlo
todo ya estaba ahí, latente, por la creciente precariedad de la vida
occidental. Y cuando ves a miles de refugiados que acampan en una
estación de tren europea, te das cuenta de que ya no son simples
pesadillas, sino realidades que puedes ver y tocar».
Desde su primera respuesta, Bauman deja claro que a él no se le entrevista: se le escucha.
Sus intervenciones son tan frondosas como su bibliografía. Unas veces
responde las preguntas que se le formulan; otras, las ignora con
descaro. Y es difícil adivinar si no las ha escuchado -es duro de oído- o
si, simplemente, disimula cuando la charla toca temas que no le
interesan. Así ocurre, por ejemplo, con el Brexit y
la deriva xenófoba del Reino Unido, que tan generosamente le acogió a
principios de los 70 tras la purga antisemita de su Polonia natal. Tres
preguntas, cero respuestas.
Tras su arenga inicial, Bauman está exhausto. Sufre reúma, tose sin
parar y tiene el corazón delicado. Así que pide parar un rato: «Por
favor, come un poco más hasta que vuelva». Y, con paso inestable, se
escapa al baño.
"Los refugiados crean ansiedad porque el miedo a perderlo todo ya estaba latente en Occidente".
En su ausencia, aprovechamos para husmear en su salón. El sociólogo y ensayista lleva casi medio siglo atrincherado en esta casa de
las afueras de Leeds. Pese a las ofertas de las mejores universidades
del mundo -Yale, Oxford, LSE-nunca quiso abandonar este anónimo chalé,
con su jardín descuidado y su puerta herrumbrosa junto a una carretera
repleta de vehículos. Sí: el archienemigo del consumerismo contemporáneo
predica con el ejemplo.
En el piso de abajo hay un despacho, una cocina, un baño y un salón repleto de butacas. Bauman siempre se sienta en la misma poltrona, de sobrio estampado y ubicada junto a la ventana. Allí guarda su pila de libros, que corona la versión inglesa de El tango de la guardia vieja, la novela de Arturo Pérez-Reverte.
Al cabo de unos diez minutos, Bauman regresa al ruedo. Pese a la
fatiga, mantiene su melena de genio loco, su mirada curiosa y su
sequísimo sentido del humor. «Es usted insultantemente joven, así que no recordará cuando no existían chismes como esos», dirá luego, señalando una tableta con cierto gesto de desdén.
Eso sí, pese a su aparente fragilidad, el polaco mantiene una
producción estajanovista. Dos días después de la entrevista, realizará
una visita a un festival literario en Florencia. Mientras tanto, sigue cebando su obra, a razón de dos títulos al año. Ya prepara su próximo libro, bajo el título en inglés de Retrotopia, sobre el poder decreciente de los estados-nación. Aunque hoy prefiere hablar de la tesis central de Extraños llamando a la puerta.
Si los refugiados son tan parecidos a nosotros, ¿por qué reaccionamos con pánico en vez de empatía?
Sí, supongo que podríamos. Pero también hay motivos para sentirnos temerosos, inseguros, llenos de ansiedad. Por algo los llamo extraños. Tú sabes, más o menos, lo que tus amigos van a hacer. También sabes, más o menos, lo que tus enemigos van a hacer. Pero los extraños no son amigos ni enemigos: simplemente son otros. Y no traen una etiqueta que diga «ámame», ni «ódiame», ni «devuélveme a casa» o «méteme en un campo de concentración». Sólo generan incertidumbre total. Y a nadie le gusta la incertidumbre.
Angela Merkel trató de reaccionar con empatía...
...Y le duró una semana o dos. Los políticos tienen un claro interés
en exacerbar la ansiedad popular hacia los refugiados. Hace un tiempo,
los poderes políticos justificaban su razón de ser por su capacidad para
protegernos colectivamente frente a las catástrofes individuales: caer
enfermo, perder tu casa... Ahora, sin embargo, el poder político de los
estados-nación se ve impotente ante las decisiones de los poderes
económicos globales. Si el ministro más poderoso no puede garantizarte
seguridad frente a los caprichos del destino, ¿cómo justifica su
existencia?
Dígame.
Fácil: generando ansiedad, miedo al terrorismo,
miedo al extraño, miedo a la gente que viene aquí a comerse nuestro pan y
a quitarnos nuestros trabajos. ¡Es un sucedáneo maravilloso! Eso es lo
que hacen Marine Le Pen y otros movimientos similares: sacar capital político de exacerbar el miedo al extraño.
Quizá no sea sólo culpa de los políticos. Merkel lo intentó y
se hundió en las encuestas. ¿No tienen responsabilidad los ciudadanos?
Tú dices «unos u otros». Yo respondo «unos y otros». Es una posibilidad que surge y los políticos se abalanzan sobre ella.
Usted suele mencionar al Papa como excepción. Pero, claro, él no tiene que responder ante un electorado hostil....
De todas formas, es un hombre valiente... Yo suelo usar el concepto de interregno, del filósofo italiano Antonio Gramsci. La antigua forma de hacer las cosas ya no funciona, pero aún no hemos encontrado la nueva forma de funcionar. Así que hay un vacío entre las reglas que ya no sirven y las que aún tenemos que imaginar.
Lo que tú haces es señalar las contradicciones de unos líderes frente a
otros, preguntar quién es mejor... Eso está bien, pero el verdadero
debate es cómo llenar este vacío.
Según usted, los políticos han tratado de camuflar este vacío
convirtiendo un asunto moral, como acoger a los refugiados, en un
problema de seguridad ciudadana...
Cuando el primer ministro húngaro, Viktor Orbán,
dice que «todos los terroristas son inmigrantes», lo que insinúa es que
«todos los inmigrantes son terroristas». Es una mentira, claro. Tan
ridícula como decir que «todos los polacos son sociólogos». Y olvida
algo muy importante: los terroristas de París o Londres eran personas
que crecieron en el país contra el que atentaron.
Pero también es un discurso cómodo para los ciudadanos: si
sus líderes tachan de terroristas a los refugiados, ya no sienten la
responsabilidad moral de preocuparse por ellos.
Sí, pero, de forma imperceptible, esa incertidumbre que nos
atemorizaba y que provenía de la constatación de que la red social es
cada vez más endeble queda subsumida bajo la obsesión por la seguridad
de las fronteras. Los políticos atizan el miedo al extranjero para ocultar su ineficacia ante los poderes globales.
Esto es muy cómodo, porque la lucha contra el terrorismo es algo
visible, algo tangible, que pueden vender en televisión. Vimos tanques
en las calles de París, policías asaltando pisos de presuntos
yihadistas... Eso da la sensación de que los gobiernos nacionales
mantienen su poder: «¡No estamos sentados! ¡Estamos actuando!».
Junto a los atentados del Estado Islámico, este año se
recordará por el Brexit, el auge de Donald Trump... ¿Es 2016 el año más
'líquido' que recuerda?
Hace décadas que acuñé el concepto de modernidad líquida para
definir la sociedad actual. Y es un concepto cada vez más real. Como
trabajas en un periódico, te darás cuenta de que los titulares deben
cambiar día tras día. Para retener a tus lectores, debes administrarle
nuevas sensaciones y nuevos temores de forma regular...
Un nuevo ataque de tos interrumpe al sociólogo. Aleksandra, la
asistente que le cuida desde el fallecimiento de su esposa, le ofrece
una pastilla. Él se la toma y solicita otro descanso: «Apenas llevamos
una hora de charla, pero ya estoy exhausto... Por favor, come más. O, si
no, te puedes llevar el bizcocho en un tupper».
A la vuelta de su paseo, se apoltrona de nuevo en su butaca predilecta y pide acortar la entrevista. «Sólo dos o tres preguntas más», ruega.
Pero, de inmediato, se enzarza en una airada disección de la saturación
informativa en la era de internet, como si se hubiera olvidado de su
propio cansancio: «Es una paradoja de nuestro tiempo. Ahora tenemos acceso a más información que nunca. Una simple edición dominical del New York Times contiene
más información que la gente más educada de la Ilustración consumía en
toda su vida. Al mismo tiempo, los jóvenes actuales, los llamados millenials,
que se hicieron adultos con el cambio de milenio, nunca se habían
sentido más ignorantes sobre qué hacer, sobre cómo manejarse en la
vida... ¡Todo es tan tembloroso ahora!».
¿De dónde surge esta paradoja?
Yo recuerdo los años en los que no había ni televisión. Así que
imagina el optimismo que sintió la gente cuando salió de sus pueblos y
abrió los ojos ante la world wide web. Internet aportaba los
cimientos para crear una humanidad en la que todas las piezas estuvieran
en contacto y se entendieran mutuamente. Sin embargo, los estudios
sociales indican lo contrario: esta maravilla tecnológica no sólo no te abre la mente, sino que es un instrumento fabuloso para cerrarte los ojos.
¿Por qué?
Para protegerte a ti mismo de las posibilidades multiformes que te ofrece la vida. Hay algo que no puedes hacer offline, pero sí online:
blindarte del enfrentamiento con los conflictos. En internet puedes
barrerlos bajo la alfombra y pasar todo tu tiempo con gente que piensa
igual que tú. Eso no pasa en la vida real: en cuanto sales a la calle y
llevas a tus hijos al colegio, te encuentras con una multiplicidad de
seres distintos, con sus fricciones y sus conflictos. No puedes crear escondites artificiales.
Usted sostiene que hemos olvidado cómo ser felices.
Lo primero, he de admitir que hay muchas formas de ser feliz. Y hay
algunas que ni siquiera probaré. Pero sí que sé que, sea cual sea tu rol
en la sociedad actual, todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda.
El reverso de la moneda es que, al ir a las tiendas para comprar
felicidad, nos olvidamos de otras formas de ser felices como trabajar
juntos, meditar o estudiar.
Usted ha vivido en sociedades muy distintas, del comunismo al
capitalismo, durante nueve décadas. ¿Cuál es la más parecida a una
sociedad feliz que ha visto?
¡Ja! Me niego a contestar esa pregunta. Mi papel como pensador no es
señalar qué es una sociedad feliz y qué leyes hay que aprobar para
llegar a ese lugar, sino interpretar la sociedad, averiguar qué se
esconde tras las reglas que cumplen sus ciudadanos, descubrir los
acuerdos tácitos y los mecanismos automáticos que convierten las
palabras en acciones concretas. En definitiva, ayudar a los ciudadanos a
entender lo que ocurre para que tomen sus propias decisiones. Sí,
entiendo que es difícil encontrar sentido a la vida, pero es menos difícil si sabes cómo funciona la realidad que si eres un ignorante.
Es una tarea difícil en un mundo tan líquido como el actual.
Sí. El Papa Francisco dice tres cosas muy importantes sobre cómo
construir una sociedad sana. La primera, recuperar el arte del diálogo
con gente que piensa distinto, aunque eso te exponga a la posibilidad de
salir derrotado. La segunda, que la desigualdad está fuera de control
no sólo en el ámbito económico, sino también en el sentido de ofrecer a
la gente un lugar digno en la sociedad. Y la tercera, la importancia de
la educación para unir ambas cosas: recuperar el diálogo y luchar contra
la desigualdad.
Entonces...
Escucha... Yo añadiría una enseñanza de la sabiduría china. Si
piensas en el próximo año, planta maíz. Si piensas en la próxima década,
planta un árbol. Pero si piensas en el próximo siglo, educa a la gente.
Usted estudió de cerca el fenómeno del 15-M. ¿Qué opina de su posterior evolución y del auge de Podemos?
Que hemos perdido la confianza en los viejos métodos de ejercer el poder y
no sabemos cómo recuperarlo. Aquí, en el Reino Unido, ocurre lo mismo:
aparecen y desaparecen nuevos partidos. Lo único que tienen en común es
que su esperanza de vida es muy breve. Y eso ocurre porque piensan a
corto plazo. Se limitan a reaccionar al último desafío, en vez de crear
un modelo completo de sociedad.
Y ese 'interregno' del que hablaba, ¿cuánto durará?
Menos tiempo del que tardaron nuestros antecesores en crear un objeto
punzante con el que penetrar otras sustancias. Y, aun así, tardaron
otras decenas de miles de años en inventar un agujero en el que meter un
palo y construir un hacha... Creo que nosotros tardaremos menos. Pero
aun así será más tiempo del que la gente querría.