Bolívar no desperdiciaba ocasión alguna para luchar por la integración de las colonias “antes españolas”. Tenía conciencia de que la unidad de Hispanoamérica cerraba el camino a la hegemonía de los Estados Unidos en el Continente, en la misma medida que la desintegración la favorecía (4 de febrero de 1821) él mismo la explicaba a Pueyrredón:
Ligadas mutuamente entre sí todas las repúblicas que combaten contra España, por el pacto implícito y virtual de la identidad de causa, principios e intereses, parece que nuestra conducta debe ser uniforme y una misma. Como los Estados Unidos no combatían contra España, sino que la ayudaban con su conveniente neutralidad, y, como además, no existía ni existe con dicho país, identidad de causa, ni de principios ni de intereses, es obvio que El Libertador jamás pensó incluir a los Estados Unidos. Escribía Bolívar en 1821 “La América así unida, si el cielo nos concede este deseado voto, podrá llamarse la reina de las naciones, y la madre de las repúblicas...”.
Ligadas mutuamente entre sí todas las repúblicas que combaten contra España, por el pacto implícito y virtual de la identidad de causa, principios e intereses, parece que nuestra conducta debe ser uniforme y una misma. Como los Estados Unidos no combatían contra España, sino que la ayudaban con su conveniente neutralidad, y, como además, no existía ni existe con dicho país, identidad de causa, ni de principios ni de intereses, es obvio que El Libertador jamás pensó incluir a los Estados Unidos. Escribía Bolívar en 1821 “La América así unida, si el cielo nos concede este deseado voto, podrá llamarse la reina de las naciones, y la madre de las repúblicas...”.
El 25 de mayo de 1820, Bolívar comunica a José Tomás Revenga, su secretario general y, más tarde, Ministro de Relaciones Exteriores y Ministro de Hacienda: “Yo no sé lo que deba pensar de esta extraordinaria franqueza con que ahora se muestran los norteamericanos: por una parte dudo, por otra me afirmo en la confianza de que habiendo llegado nuestra causa a su máximo, ya es tiempo de reparar los antiguos agravios. Si el primer caso sucede, quiero decir, si se nos pretende engañar, descubrámosles sus designios por medio de exorbitantes demandas; si están de buena fe, nos concederán una gran parte de ellas, si de mala, no nos concederán nada, y habremos conseguido la verdad; que en política como en guerra es de un valor inestimable. Ya que por su anti-neutralidad la América del Norte nos ha vejado tanto, exijámosle servicios que nos compensen sus humillaciones y fratricidios. Pidamos mucho y mostrémonos circunspectos para valer más...”.
Escribiendo así, reservadamente, Bolívar vislumbraba la presencia del imperialismo norteamericano y señalaba sus crueles características. Este era el ritmo que mantenía la tenaz lucha de Bolívar contra la resistencia del más fuerte. ¡Al fin!, el 8 de marzo de 1822, los Estados Unidos reconocen la Independencia de la Gran Colombia (Venezuela, Ecuador, Panamá y Colombia).
Habían transcurridos 12 años desde que la Junta Suprema de Caracas (1810) solicitó, por primera vez, el reconocimiento a la Cancillería del Potomac, tarea encomendada al hermano del Libertador, Juan Vicente Bolívar, y a Telésforo Orea y José Rafael Revenga, quienes llegaron a Baltimore el 5 junio de 1810.
Los Estados Unidos demoraron 58 años en reconocer la independencia de Haití, sin embargo, reconocieron la “independencia” de Texas al año siguiente de haberle arrebatado este territorio a México. La Nicaragua del pirata Walker fue reconocida el mismo año que tuvo lugar ese acto piratesco.
El rectángulo de las barras y las estrellas siguió protegiendo el contrabando de armas a favor de España, incluso, después del reconocimiento, porque éste no implicó jamás renunciar a la “neutralidad”. No habría, por tanto, motivo de guerra con España.