Los controles de precios son tan antiguos como el comercio en las
civilizaciones. El primer control de precios lo encontramos en el Código
de Hammurabi, en el siglo II antes de Cristo. En cuanto al “control de
precios” establecía, por ejemplo, lo que podía cobrar un médico según
fuesen las enfermedades. De mismo modo establecía precios “máximos” para
los productos de consumo ciudadano, fijando además el salario que debía
cobrar un obrero, en general, peones de campo.
Según el antiguo testamento, también el pueblo de Israel estableció
control de precios para las 12 Tribus de Israel. Siglos después, el
Emperador Romano Cayo Aurelio Valerio Diocleciano Augusto estableció el
“Edicto de Precios Máximos” o “Edictum De Pretiis Rerum Venalium”. Más
tarde y durante la Revolución Francesa, la Convención Nacional Francesa
establece la “Ley del maximun general” o “Loi du maximum général” de
1799, en particular para el precio del trigo para panificar.
Lo antiguo de esta medida nos dice que siempre ha habido la necesidad
de controlar el afán de lucro de quienes, estando en una posición
ventajosa, frente a la mayoría consumidora, por ser oferentes de bienes y
servicios, pretenden a través del precio de sus productos apropiarse de
los ingresos de sus congéneres. En este sentido podemos ver que en el
fondo existe un problema ético en la aplicación de esa medida.
La economía nació como un desprendimiento de la moral y la ética; la
profesión de economista es muy reciente. Las primeras reflexiones sobre
temas económicos trataban de contestar las siguientes preguntas: ¿Cuál
es el precio justo? ¿Es justo cobrar interés por un crédito? ¿Es lícito
el comercio? Las primeras reflexiones sobre economía no respondían a las
preguntas: ¿Qué es un precio?, o ¿cómo se determina un precio? Lo que
preocupaba a los primeros pensadores era la justicia. Los temas
económicos eran una parte de largos tratados de justicia y ética. Más
concretamente, el tema económico era: la justicia en los cambios.
Los temas de valor y precio fueron los primeros en llamar la atención
de los filósofos morales. El precio justo y la usura (o cobro de
interés) eran los más importantes en la vida cotidiana, por lo tanto no
es sorprendente que hayan sido los primeros en ser abordados por estos
pensadores. A medida que se trataba de dar una respuesta más refinada a
qué es el “precio justo”, los pensadores se vieron forzados a contestar
las preguntas: ¿Qué es y cómo se determina un precio?, y ¿por qué el
precio de un bien sube o baja? Así, paulatinamente la teoría se fue
introduciendo en el campo de la moral y la justicia. Luego, poco a poco
la teoría económica fue creciendo hasta que solo daba respuesta a las
relaciones de causa y efecto con independencia de los juicios morales.
Si entendemos que la moral y la ética procuran un respeto y una
convivencia pacífica entre los que cohabitamos este planeta, es
alarmante cómo se puede separar de los valores éticos y morales la
economía, sobre todo cuando esta tiene que ver directamente con la
satisfacción de las necesidades humanas; vale decir, con la calidad de
vida y hasta con la existencia misma de las personas.
Retomando el tema específico del control de precios, los detractores de esta medida siempre han esgrimido dos argumentos:
1.- Que el control de precios puede hacer
que los costos de producción superen el precio y que la actividad
productiva termine generando pérdidas.
2.- Que el control de precios estimula el
consumo y eso genera una escasez, y en consecuencia un mercado negro y
una subida de precios.
En el primer caso, de darse el supuesto que se tome la medida sin el
estudio previo de los costos de producción, pudiese, efectivamente,
colocar al productor en una situación de pérdida; sin embargo, en la
actualidad existen los suficientes conocimientos técnicos para calcular
los costos de producción y respetar los márgenes de ganancia de los
productores. De manera que es poco probable que este supuesto se
materialice. En todo caso, de haberse materializado esta posibilidad, lo
raro es que nunca ha salido un empresario afectado, demostrando cuál es
su estructura de costos. Eso no ha ocurrido, porque dejarían al
descubierto los precios especulativos.
En el segundo caso, se evidencian los valores del
capitalista-liberal. No es cierto que el control de precios estimule el
consumo. El control de precios se implementa para frenar los precios
abusivos. En todo caso, sirve para mantener el consumo. Si se permiten
subidas de precios abusivos, cae la demanda por la imposibilidad de
muchos consumidores de adquirir los bienes con precios elevados. Eso, en
términos reales, se equipara a una escasez, con la diferencia de que el
producto existe, solo que salió del alcance de la mayoría de los
consumidores.
Decir que el control de precios genera mercados negros es un sofisma
con el que se intenta satanizar el control. El control de precios genera
mercados negros, tal como la ley penal crea delitos. Si no hubiese
leyes que tipificaran determinadas conductas como delitos, no habrían
delitos; entonces ¿hay que eliminar las leyes penales para que no hayan
delitos? Ese es el razonamiento de quienes satanizan el control de
precios, culpándolo de la existencia del mercado negro. Es impresionante
cómo la conducta avara y, por avara, antisocial de algunos productores
de bienes y servicios, es justificada por los teóricos del
capitalismo-liberal. En ese momento nos damos cuenta de que el problema
es ético.
Los elevados precios de los mercados negros
no se dan más que por una máxima del capitalismo-liberal: ante una
situación de escasez, los consumidores, movidos por la necesidad y
amenazados por el miedo están dispuestos a pagar más por el producto que
satisfaga su necesidad, y de eso se aprovecha el oferente avaro. Cuando
se refiere a la economía, los liberales y neoliberales justifican
cualquier conducta antisocial y, en consecuencia, atacan cualquier
acción gubernamental que intente detenerla o regularla.
En Venezuela los detractores de los controles son aún más descarados que los propios liberales, porque ante la falta de argumentos válidos para atacar los controles que impone el gobierno, terminan diciendo: “Fíjense que los controles no han evitado que ocurra lo que se supone debían evitar”. Lo cual nos lleva a nosotros a decir: “Precisamente, porque no se ha controlado”.