jueves, 12 de enero de 2017

Los controles de precios Por: Juan Carlos Valdez

Los controles de precios son tan antiguos como el comercio en las civilizaciones. El primer control de precios lo encontramos en el Código de Hammurabi, en el siglo II antes de Cristo. En cuanto al “control de precios” establecía, por ejemplo, lo que podía cobrar un médico según fuesen las enfermedades. De mismo modo establecía precios “máximos” para los productos de consumo ciudadano, fijando además el salario que debía cobrar un obrero, en general, peones de campo.

Según el antiguo testamento, también el pueblo de Israel estableció control de precios para las 12 Tribus de Israel. Siglos después, el Emperador Romano Cayo Aurelio Valerio Diocleciano Augusto estableció el “Edicto de Precios Máximos” o “Edictum De Pretiis Rerum Venalium”. Más tarde y durante la Revolución Francesa, la Convención Nacional Francesa establece la “Ley del maximun general” o “Loi du maximum général” de 1799, en particular para el precio del trigo para panificar.
Lo antiguo de esta medida nos dice que siempre ha habido la necesidad de controlar el afán de lucro de quienes, estando en una posición ventajosa, frente a la mayoría consumidora, por ser oferentes de bienes y servicios, pretenden a través del precio de sus productos apropiarse de los ingresos de sus congéneres. En este sentido podemos ver que en el fondo existe un problema ético en la aplicación de esa medida.

La economía nació como un desprendimiento de la moral y la ética; la profesión de economista es muy reciente. Las primeras reflexiones sobre temas económicos trataban de contestar las siguientes preguntas: ¿Cuál es el precio justo? ¿Es justo cobrar interés por un crédito? ¿Es lícito el comercio? Las primeras reflexiones sobre economía no respondían a las preguntas: ¿Qué es un precio?, o ¿cómo se determina un precio? Lo que preocupaba a los primeros pensadores era la justicia. Los temas económicos eran una parte de largos tratados de justicia y ética. Más concretamente, el tema económico era: la justicia en los cambios.

Los temas de valor y precio fueron los primeros en llamar la atención de los filósofos morales. El precio justo y la usura (o cobro de interés) eran los más importantes en la vida cotidiana, por lo tanto no es sorprendente que hayan sido los primeros en ser abordados por estos pensadores. A medida que se trataba de dar una respuesta más refinada a qué es el “precio justo”, los pensadores se vieron forzados a contestar las preguntas: ¿Qué es y cómo se determina un precio?, y ¿por qué el precio de un bien sube o baja? Así, paulatinamente la teoría se fue introduciendo en el campo de la moral y la justicia. Luego, poco a poco la teoría económica fue creciendo hasta que solo daba respuesta a las relaciones de causa y efecto con independencia de los juicios morales. Si entendemos que la moral y la ética procuran un respeto y una convivencia pacífica entre los que cohabitamos este planeta, es alarmante cómo se puede separar de los valores éticos y morales la economía, sobre todo cuando esta tiene que ver directamente con  la satisfacción de las necesidades humanas; vale decir, con la calidad de vida y hasta con la existencia misma de las personas.

Retomando el tema específico del control de precios, los detractores de esta medida siempre han esgrimido dos argumentos:
1.- Que el control de precios puede hacer que los costos de producción superen el precio y que la actividad productiva termine generando pérdidas.
2.- Que el control de precios estimula el consumo y eso genera una escasez, y en consecuencia un mercado negro y una subida de precios.

En el primer caso, de darse el supuesto que se tome la medida sin el estudio previo de los costos de producción, pudiese, efectivamente, colocar al productor en una situación de pérdida; sin embargo, en la actualidad existen los suficientes conocimientos técnicos para calcular los costos de producción y respetar los márgenes de ganancia de los productores. De manera que es poco probable que este supuesto se materialice. En todo caso, de haberse materializado esta posibilidad, lo raro es que nunca ha salido un empresario afectado, demostrando cuál es su estructura de costos. Eso no ha ocurrido, porque dejarían al descubierto los precios especulativos.

En el segundo caso, se evidencian  los valores del capitalista-liberal. No es cierto que el control de precios estimule el consumo. El control de precios se implementa para frenar los precios abusivos. En todo caso, sirve para mantener el consumo. Si se permiten subidas de precios abusivos, cae la demanda por la imposibilidad de muchos consumidores de adquirir los bienes con precios elevados. Eso, en términos reales, se equipara a una escasez, con la diferencia de que el producto existe, solo que salió del alcance de la mayoría de los consumidores.

Decir que el control de precios genera mercados negros es un sofisma con el que se intenta satanizar el control. El control de precios genera mercados negros, tal como la ley penal crea delitos. Si no hubiese leyes que tipificaran determinadas conductas como delitos, no habrían delitos; entonces ¿hay que eliminar las leyes penales para que no hayan delitos? Ese es el razonamiento de quienes satanizan el control de precios, culpándolo de la existencia del mercado negro. Es impresionante cómo la conducta avara y, por avara, antisocial de algunos productores de bienes y servicios, es justificada por los teóricos del capitalismo-liberal. En ese momento nos damos cuenta de que el problema es ético.

Los elevados precios de los mercados negros no se dan más que por una máxima del capitalismo-liberal: ante una situación de escasez, los consumidores, movidos por la necesidad y amenazados por el miedo están dispuestos a pagar más por el producto que satisfaga su necesidad, y de eso se aprovecha el oferente avaro. Cuando se refiere a la economía, los liberales y neoliberales justifican cualquier conducta antisocial y, en consecuencia, atacan cualquier acción gubernamental que intente detenerla o regularla.

En Venezuela los detractores de los controles son aún más descarados que los propios liberales, porque ante la falta de argumentos válidos para atacar los controles que impone el gobierno, terminan diciendo: “Fíjense que los controles no han evitado que ocurra lo que se supone debían evitar”. Lo cual nos lleva a nosotros a decir: “Precisamente, porque no se ha controlado”.