Parte XI
LOS ESTADOS UNIDOS COMBATEN LA ANFICTIONÍA
La tendencia expansionista y hegemónica de los Estados Unidos habría de encontrar su contra-partida en el ideal bolivariano.
LOS ESTADOS UNIDOS COMBATEN LA ANFICTIONÍA
La tendencia expansionista y hegemónica de los Estados Unidos habría de encontrar su contra-partida en el ideal bolivariano.
Dos concepciones tendrían que enfrentarse en el terreno ideológico y político. El clímax de la contradicción escenificaría su cuadro final en el Istmo de Panamá con motivo del Congreso Anfictiónico.
El nombre de anfictiónico no es más que una reminiscencia de aquel derecho que tenían las ciudades confederadas de la antigua Grecia de enviar un representante al Consejo de Anfictiones. Este Consejo era una especie de tribunal que se esforzaba en atenuar las disensiones entre los griegos.
Las misiones diplomáticas, enviadas ante los gobiernos de Perú, Chile, Buenos Aires, México y Centroamérica con el objetivo de proponer a dichos Estados acuerdos de “unión, liga y confederación ofensiva y defensiva”, se han confundido con las invitaciones que el Libertador cursara a esos mismos gobiernos dos años después para la celebración del Congreso de Panamá.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos envió urgentemente sendas instrucciones a sus agentes diplomáticos en Hispanoamérica para que impidieran la constitución del Cuerpo Anfictiónico o Asamblea de Plenipotenciarios, cuyo parto se aproximaba ineluctablemente. El 15 de noviembre de 1822, John B. Prevost, agente especial de los Estados Unidos ante los gobiernos de Chile, Perú y Buenos Aires, informó a su Cancillería en Washington acerca de los tratados de alianza, firmados por el Perú y Chile con Colombia.
Ya desde entonces, hablando de su “rebaño latinoamericano” se atribuían una presidencia que nadie oficialmente les había propuesto.
En la misma medida que avanzaba el ideal bolivariano de unidad para la defensa frente a los peligros comunes foráneos, arreciaba la embestida de los Estados Unidos para evitar que esa unidad se concretara.
Las intervenciones de los Estados Unidos e Inglaterra quedan al descubierto al salir a la luz pública la correspondencia - en muchos casos confidencial- que los Agentes diplomáticos remitían a sus respectivas Cancillerías.
Debe tenerse presente que la Anfictionía no concluyó en Panamá, sino en Tacubaya –México–. Allí sesionó hasta el 9 de octubre de 1828. Ese día se dio por finalizada al no aprobar los Gobiernos –excepto el de Colombia– las Convenciones del Congreso.
Mr. John Sergeant, designado por los Estados Unidos como Observador ante el Congreso de Panamá, llegó tarde al Itsmo, pero de inmediato continuó a Tacubaya. Hasta ese instante, los Estados Unidos continuaron sus despiadados ataques contra Bolívar y contra la Anfictionía.
La rivalidad entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña afloraban de continuo, obstaculizando mucho la independencia de los países hispanoamericanos.
Con paciente laboriosidad, los Estados Unidos demoraron 63 años para desvirtuar el ideal del Libertador, concretado en el Congreso Hispanoamericano de Panamá. Durante todo ese tiempo fueron llevando al “rebaño de gobiernos latinoamericanos” al redil de Washington, hasta que en 1889 pudieron celebrar la Primera Conferencia Americana, haciendo creer que, entre las repúblicas hispanoamericanas y los Estados Unidos, podían existir intereses comunes.
El general José A. Páez era el verdadero jefe de Venezuela desde la batalla de Carabobo. La oligarquía y los “notables” lo elevaron a la cúspide del separatismo de la Gran Colombia, y así el caudillo de los llanos cayó en las manos de la clase económicamente dominante.
Al finalizar la guerra los venezolanos, empujados por la oligarquía que alentaba interesadamente el caudillismo de Páez, no vieron la necesidad de continuar en el pacto.
Mientras eso ocurría en la política interna de la Gran Colombia, los monopolios y sus defensores, los círculos gobernantes de los Estados Unidos, sabían muy bien (y saben) lo que podían esperar de una Hispanoamérica independiente y unida, o sea, la misma política marítima, aplicada a España por el Decreto del Libertador: toda embarcación sujeta a disposiciones de otras potencias (Estados Unidos o Inglaterra) seria declarada “desnacionalizada”, perdería la garantía de su pabellón y habría de convertirse en propiedad de los patriotas.
Después de considerar a Bolívar “un enemigo peligroso”, no quedarán muchas dudas en aquellos historiadores que han entendido erróneamente la “yancofilia” del Libertador.
Por lo que puede leerse, Tudor no solo era el cónsul de los Estados Unidos en Lima, sino el Jefe del Estado Mayor del Ejercito Peruano, puesto que los oficiales, como Elizalde, le informaban de lo que habían hecho y de lo que pensaban hacer. Este Agente Diplomático intrigaba en ambas direcciones para destruir a Bolívar. Incitaba a sus marionetas peruanas para que ocuparan a Guayaquil, y, al mismo tiempo, les hacía ver que Bolívar se proponía invadir al Perú.
Era evidente que el Secretario de Estado de los Estados Unidos (Henry Clay) compartía las actuaciones de su agente en Lima.
Los planteamientos de Tudor, negociados desde una posición de fuerza, encontraron acogida favorable. Antes de finalizar el mes de noviembre de 1827 el gobierno peruano solicitó la mediación.
Tudor también emplea el otorgamiento de becas para rendir voluntades, reclutar oficiales de Bolívar y corromper a personeros de su régimen. En un despacho confidencial (25 de noviembre de 1826) solicita del Secretario de Estado, interceda ante el Presidente de los Estados Unidos para que unos familiares del general Santa Cruz puedan cursar estudios en West Point.
West Point, la Academia Militar de los Estados Unidos, sigue siendo la fábrica de oficiales más reclamada en la América Latina por los espadones de turno. Por ella pasaron “genios militares” como los hermanos Somoza, los hijos de Trujillo, los parientes de Stroessner, etcétera. Cuando sus egresados tuvieron que hacer frente a los guerrilleros de Sandino, o asesorar al ejército profesional que combatía a los barbudos de la Sierra Maestra, o batirse contra las milicias populares como en Corea, Girón, Vietnam, Laos y Cambodia, West Point perdió todo su aparente y deslumbrante prestigio y pasó a convertirse en una escuela primaria para reclutas.
Bolívar, conociendo la admiración de Santander por los Estados Unidos, designó a éste (19 de septiembre de 1828) Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante del Gobierno del referido país. Santander pidió y obtuvo que le dieran a Vargas Tejada como Secretario de Legación. Seis días después de este nombramiento que llevó a los conspiradores a precipitar los acontecimientos del asesinato de Bolívar se desencadenó la “noche septembrina”, así conocida, porque, amparado en su oscuridad, los conjurados atentaron personalmente contra la vida del Libertador, quien hubo de salvarse por la valiente intervención de Manuela Sáez.
Dos semanas después de estos sucesos, los Congresistas de la Anfictionía, reunidos en Tacubaya (México) dieron por concluida sus actividades (9 de octubre de 1828).
Bolívar había salido ileso, pero los círculos gobernantes de los Estados Unidos no se resignaban al fracaso de la “noche septembrina”, y en diciembre de ese mismo año nombraron al general William Henry Harrison, como su Ministro en Bogotá.
Harrison era conocido por haber expulsado a los indios y haber repartido la tierra de estos entre “los pobres y heroico conquistadores del Far West”. Fue gobernador de su Estado natal y, al mismo tiempo, se le designó Inspector de los Asuntos Indios. De los “Asuntos”, porque ya los indios habían desaparecido.
Posteriormente, fue Ministro de los Estados Unidos en Colombia, y, como veremos, se vinculó muy estrechamente a los que conspiraba contra Bolívar.
Bolívar está envuelto en la tupida red que le ha tendido el espionaje de Harrison.
Bolívar está envuelto en la tupida red que le ha tendido el espionaje de Harrison.
La correspondencia que expide llega primero a manos del agente de los Estados Unidos a la de los propios interesados.
Hasta personajes de menor importancia, como el Cónsul de los Estados Unidos en La Guaira J.G.A. Williamson, atacaban a Bolívar sobre las inconveniencias de comerciar con él.
Los intereses comerciales de los Estados Unidos han sufrido mucho en Venezuela con él ultimo arancel... pues llega a ser prohibitivo para muchos artículos procedentes de los Estados Unidos. La harina de trigo paga nada menos que $8 por barril. Al formarse el nuevo gobierno [o sea sin Bolívar] no dudo que el arancel sobre la harina sea rectificado. 29 de abril de 1830
Apenas habían trascurrido ocho meses de este informe cuando el Libertador dejaba escuchar sus ultimas palabras:
¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.
En su agonía final decía:
¡Vámonos! ¡Vámonos! Esta gente no nos quiere en esta tierra... ¡Vamos muchachos... Lleven mi equipaje a bordo de la fragata!
Y así..., la fragata se hizo a la vela aquel 17 de diciembre de 1830 y puso proa hacia la eternidad. En el iris de su estela brillaban las banderas de cinco republicas, y un propósito de integración latinoamericana, que aun no ha culminado. ¡Gloria eterna a Bolívar!
Cuando Bolívar muere, Engels tiene diez años, Marx, doce y Lenin y Martín no han nacido todavía.
Parte XII
SANTANDER
Las concepciones revolucionarias de Bolívar encontraron particular resistencia en tres de sus más grandes colaboradores: Piar, Santander y Páez. Cada uno de ellos aportó grandiosidad histórica en momento determinado de la lucha por la independencia. Más tarde, esa participación heroica se fue centrifugando en provecho propio hasta que las frontera de una gran patria hispanoamericana quedaron reducidas a confines nacionales donde los límites estaban tan cerca del asiento del poder personal que todo el territorio podía ser vigilado con un giro de cabeza o alcanzado con un estirón de brazo.
Santander fue reflejo fiel del espíritu legalista. Para él, un proceso revolucionario no hubiera sido jamás producto de un ideal popular, sino el resultado de una disposición jurídica o la aplicación del articulado de un Código que normara el procedimiento para las transformaciones sociales.
Obstaculizó a Bolívar con este leguleyismo mientras convino a sus apetencias personales de poder. Tan pronto aspiró a la Presidencia de Colombia lo echó todo por la borda.
Santander ha pasado a la posteridad como expresión de un falso “civilismo”, porque el suyo nunca fue verdadero, sino movido por un interés conveniente, disimulado con gran maestría. Santander no era la personalidad política más idónea para dar curso de alto vuelo al proyectado Congreso Anfictiónico de Panamá. Su mentalidad conservadora se oponía tercamente a cualquier propósito que implicara modificaciones revolucionarias de las condiciones existentes. Su burocratismo rutinario le impedía captar las necesidades populares de manera directa. ¡Toda solución autóctona le era extraña! Los problemas de la sociedad hispanoamericana los reducía a fórmulas idealistas norteamericanizadas o europeizantes, substanciadas sobre la base del “orden existente” y enmarcadas, por supuesto, dentro de su manido respeto por las leyes.
La concepción de la gran patria Hispanoamericana, a forjarse en el Congreso de Panamá, era mucho para él, cuyas pretensiones de poder se reducían a un Estado que estuviera más cerca de su capacidad de maniobra y no en plano tan elevado como los de la continentalidad.
Los círculos gobernantes de los Estados Unidos dispensaron atenciones muy especiales a los discursos de Santander. Los de Bolívar jamás recibieron un tratamiento similar.
Santander invita a los Estados Unidos: “...me parece –sigue diciendo Santander– que es nuestro mutuo interés que la Asamblea se verifique en el Istmo de Panamá, con la concurrencia de todos o de la mayor parte de los gobiernos americanos, así los beligerante como los neutrales”. Aquí introduce dos nuevos elementos para ampliar la invitación a la Asamblea del Istmo: “todos o la mayor parte” y, tanto “los beligerantes como los neutrales”. Entre estos últimos, por supuesto, los Estados Unidos, los mismos que siempre han hecho de la “neutralidad” una de sus más provechosas industrias.
Con respecto a los Estados Unidos he creído conveniente invitarlos a la augusta Asamblea de Panamá, en la firme convicción de que nuestros íntimos aliados no dejarán de ver con satisfacción el tomar parte en sus deliberaciones de un interés común a unos amigos tan sinceros e ilustrados... Solo él tenía la “firme convicción” de que era sus “íntimos aliados”, porque Bolívar había opinado lo contrario, según hemos constatado en citas anteriores.
El propósito perseguido por Santander: desvirtuar el ideal hispanoamericanista de Bolívar, en provecho propio, a sustituirlo por el “panamericanismo”, cuyo único principio valido es la de sumisión a los Estados Unidos.
Reacción de Bolívar
La invitación a los Estados Unidos contradecía los propósitos señalados en la Carta de Jamaica: “...formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación”, vinculada por un origen, una lengua y unas costumbres, comunes a todos sus componentes. Contradecía, en fin, toda una política de principios, reiterada muchas veces y, dada a conocer, con años de anterioridad a la invitación formulada por Santander. Una repuesta que no reflejase todo lo cierto, podría ser la solución. A fin de cuenta, en política, la verdad es siempre lo que no se dice.
Bolívar reiteró posteriormente su oposición a la presencia de los Estados Unidos en el Congreso de Panamá, no obstante que Santander lo había dejado en una situación difícil. La rivalidad existente entre Inglaterra y Estados Unidos por el control hegemónico de Hispanoamérica sirvió de basamento a Bolívar para mantener su repudio a la participación norteamericana en la Asamblea del Istmo.
Respecto a la participación de los Gobiernos al Congreso Anfictiónico de Panamá puede concluirse, asegurando que: no concurrieron todos los que Bolívar quería, ni quería él a todos los que concurrieron.