lunes, 9 de noviembre de 2015

La desigualdad social y las luchas sociales a través de la Historia

1. La desigualdad social en la sociedad capitalista contemporánea
En Bélgica existe una pirámide de bienes patrimoniales y de poder social. En la base de esta pirámide se encuentra una tercera parte de los ciudadanos, que solo poseen lo que ganan y gastan, año tras año; ellos no pueden ahorrar, ni adquirir riquezas. En la cumbre de la pirámide se encuentran un cuatro por ciento de los ciudadanos, que poseen la mitad de la fortuna privada de la nación.

Menos de un uno por ciento de los belgas poseen más de la mitad de la fortuna mobiliaria del país. Entre ellos, doscientas familias controlan los grandes holdings que dominan el conjunto de la vida económica nacional.

En los Estados Unidos, una comisión del Senado ha calculado que menos del uno por ciento de las familias poseen el 80 por 100 de todas las acciones de las sociedades anónimas, y que el 0,2 por 100 de las familias poseen más de las dos terceras partes de estas acciones. Como (con algunas excepciones) toda la industria y las finanzas en los Estados Unidos estánorganizadas sobre la base de la «sociedad anónima», podemos decir que el 99 por 100 de los ciudadanos USA tienen un poder económico inferior al del 0,1 por 100 de la población.

En Suiza. El 2 por 100 de la población posee más del 67 por 100 de la fortuna privada. La desigualdad de las rentas y de las fortunas no es solamente un hecho económico; implica una desigualdad ante las posibilidades de supervivencia, una desigualdad ante la muerte. Así, en Gran Bretaña, antes de la guerra, la mortalidad infantil en las familias de obreros no especializados, fue más del doble que en las familias burguesas. Una estadística oficial indica que en Francia, en el año 1951, la mortalidad infantil alcanzó las cifras siguientes: 19,1 fallecimientos por 1.000 nacimientos en las profesiones liberales; 23,9 en la burguesía patronal; 28,2 en los empleados de comercio; 34,5 en los comerciantes; 36,4 en los artesanos; 42,5 en los obreros cualificados; 44,9 en los campesinos y obreros agrícolas; 51,9 en los obreros semicalificados y 61,7 en el peonaje. Diez años más tarde, estas proporciones no habían variado prácticamente, aunque la tasa de mortalidad infantil había disminuido en cada una de las categorías.

Recientemente, el diario conservador belga La Libre Belgique publicó un estudio conmovedor sobre la formación del lenguaje en el niño. Este estudio confirma que el handicap que un niño de familia pobre sufre frecuentemente, durante los dos primeros años de su vida, a consecuencia del subdesarrollo cultural impuesto por la sociedad de clases, produce consecuencias duraderas, en cuanto a la posibilidad de asimilar conocimientos científicos, consecuencias que una enseñanza «igualitaria», no compensadora, es incapaz de neutralizar.

La vieja afirmación de que la desigualdad social ahoga el surgimiento de millares de Mozart, de Shakespeare o de Einstein entre los niños del pueblo, sigue siendo cierta en plena «sociedad del bienestar». En nuestra época, debemos tener en cuenta, no solamente las desigualdades sociales que existen en el interior de cada país, sino también la desigualdad entre un pequeño grupo de países avanzados, desde un punto de vista industrial, y la mayor parte de la humanidad, que vive en los países llamados subdesarrollados (países coloniales y semicoloniales).

Así, los Estados Unidos producen más de la mitad de la producción industrial y consumen más de la mitad de un gran número de materias primas industriales, dentro del mundo capitalista. 550 millones de indios disponen de menos acero y menos energía eléctrica que nueve millones de belgas. La renta real per cápita en los países más pobres del mundo, no es más que el 8 por 100 de la renta per cápita en los países más ricos. El 67 por 100 de los habitantes del mundo sólo acceden al 15 por 100 de la renta mundial. En la India, por cada 1.000 nacimientos, hay treinta veces más madres que mueren de las consecuencias inmediatas de la maternidad, que en los Estados Unidos.

Un habitante de la India consume diariamente tan sólo la mitad de las calorías que consumimos en los países avanzados. La esperanza de vida, que en Occidente supera los sesenta y cinco años, llegando en ciertos países a los setenta años, apenas alcanza a los treinta años en la India.

2. La desigualdad social en las sociedades anteriores
En todas las sociedades que se han sucedido en el curso de la historia (es decir, en el curso del período de existencia de la humanidad sobre la tierra, del que disponemos de testimonios escritos), encontramos una desigualdad social comparable a la que existe en el mundo capitalista.

Veamos una descripción de la miseria de los campesinos franceses, a finales del siglo XVII, tomada de los «caracteres» de La Bruyére: «Se observan varios animales salvajes, machos y hembras diseminados por el campo, negros, lívidos y quemados por el sol. Aferrados a la tierra que cavan y remueven con una obstinación invencible; poseen algo parecido a una voz articulada y cuando se yerguen sobre sus pies, muestran un rostro humano; y, en efecto, son hombres.Por la noche se retiran a sus chozas, donde viven de pan negro, de agua y de raíces...» Comparar este retrato de los campesinos de la época con las brillantes fiestas que celebraba Luis XIV en la corte de Versalles. Con el lujo de la nobleza y los derroches del Rey, nos proporciona una imagen sobrecogedora de la desigualdad social.

En la sociedad de la Alta Edad Media, en la que predominaba la servidumbre, el señor disponía frecuentemente de la mitad del trabajo o de la mitad de la cosecha de los campesinos-siervos. Numerosos señores tenían centenares, o incluso millares de siervos. Por tanto, cada uno de ellos obtenía anualmente bienes equivalentes a los de centenares o millares de campesinos.

Algo parecido ocurría en las sociedades del Oriente clásico (Egipto, Sumeria, Babilonia, Persia, India, China, etc.) sociedades basadas en la agricultura, en las que los propietarios de la tierra eran o los señores, o los sacerdotes, o los reyes (representados por los agentes recaudadores del fisco real). La «Sátira de los Oficios», escrita en el Egipto de los faraones, hace 3.500 años, nos ha dejado la imagen de los campesinos explotados por esos escribas reales, a quienes comparaban con las bestias nocivas y los parásitos.

En cuanto a la antigüedad greco-romana, su sociedad estaba basada en la esclavitud. Abandonando progresivamente el trabajo manual sobre los esclavos, los habitantes de las ciudades antiguas pudieron consagrar gran parte de su tiempo a actividades políticas, culturales, artísticas y deportivas: en parte gracias a ello, la cultura pudo alcanzar entonces un nivel elevado.

3. Desigualdad social y desigualdad de clase
Toda desigualdad social no es una desigualdad de clase. La diferencia de remuneración entre un peón v un obrero cualificado no hace que estos dos hombres se conviertan en miembros de dos clases sociales diferentes. La desigualdad de clase es una desigualdad que tiene sus raíces en la estructura y el funcionamiento normal de la vida económica, y que se conserva y acentúa por las principales instituciones sociales y jurídicas de la época. Precisemos esta definición con algunos ejemplos:

En Bélgica, para llegar a ser un gran industrial, es preciso reunir un capital que puede evaluarse en medio millón de francos por obrero empleado. Así, una pequeña fábrica de 100 obreros exige la concentración de un capital de, al menos, 50 millones de francos.

Ahora bien, el salario neto de un obrero casi nunca supera los 260.000 francos anuales. Incluso trabajando cincuenta años, y no gastando ni un céntimo en comer y en vivir, no podría reunir suficiente dinero para convertirse en un capitalista. El sistema de salarios, que es una de las características de la estructura de la economía capitalista, representa, pues, una de las raíces de la división de la sociedad capitalista en dos clases fundamentalmente diferentes; la clase obrera que, a partir de sus rentas, jamás puede llegar a ser propietaria de medios de producción, y la clase de los propietarios de los medios de producción, los capitalistas. Es cierto que, junto a los capitalistas propiamente dichos, algunos técnicos pueden acceder a los puestos de dirección de las empresas. Pero ello requiere una formación técnica de nivel universitario. 

Y, durante las últimas décadas, en Bélgica, sólo de un 5 a un 7 por 100 de los estudiantes eran hijos de obreros. Lo mismo ocurre en la mayoría de los países imperialistas.

Las instituciones sociales impiden el acceso de los obreros a la propiedad capitalista, tanto a causa de sus rentas como por el sistema de la enseñanza superior. Así mantienen, conservan, perpetúan la división de la sociedad en clases, tal como existe actualmente.

Incluso en los Estados Unidos, donde se exhiben orgullosamente los ejemplos de «beneméritos hijos de obreros que han llegado a ser multimillonarios a fuerza de trabajar», una encuesta ha demostrado que el 90 por 100 de los directores de las empresas más importantes, provienen de la alta y la media burguesía.

De este modo, a lo largo de la historia, encontramos una desigualdad social cristalizada en desigualdad de clase. En cada una de esas sociedades podemos hallar una clase de productores que hace vivir de su trabajo al conjunto de la sociedad y una clase dominante que vive del trabajo de los demás:

— Campesinos y sacerdotes, señores o recaudadores en los imperios de Oriente.
— Esclavos y amos en la antigüedad grecorromana.
— Siervos y señores feudales en la Alta Edad Media.
— Obreros y capitalistas en la época burguesa.

4. La igualdad social en la prehistoria humana
Pero la historia sólo representa una rama menor de la vida humana sobre nuestro planeta. Le precede la prehistoria, la época de la existencia de la humanidad en que la escritura y la civilización eran aún desconocidas.
Ciertos pueblos primitivos han permanecido en condiciones prehistóricas hasta fechas recientes, incluso hasta nuestros días. Pues bien, durante la mayor parte de su existencia prehistórica, la humanidad ha ignorado la desigualdad de clase.

Comprendemos la diferencia fundamental entre una comunidad primitiva y una sociedad de clases examinando algunas de las instituciones de esas comunidades.

Así, numerosos antropólogos nos han hablado de la costumbre existente en varios pueblos primitivos, costumbre que consiste en organizar grandes fiestas después de la recolección. El antropólogo Margaret Mead ha descrito estas fiestas en el pueblo papua de los Arapech (Nueva Guinea). Todos los que han logrado una cosecha superior a la media invitan a toda su familia y todos sus vecinos, y la fiesta continúa hasta que la mayor parte de ese excedente ha desaparecido.

Margaret Mead añade: «Estas fiestas representan un medio adecuado para impedir que un individuo acumule riquezas...» Por otra parte, el antropólogo Asch ha estudiado las costumbres y el sistema de una tribu que vive en el sur de los Estados Unidos, la tribu de los Hopi. En esta tribu, contrariamente a lo que ocurre en nuestra sociedad, el principio de la competencia individual se considera rechazable desde el punto de vista moral, Cuando los niños Hopi juegan y hacen deporte, jamás cuentan los «tantos» y siempre ignoran quién «ha ganado».

Cuando las comunidades primitivas aún no divididas en clases practican la agricultura como actividad económica principal y ocupan un territorio determinado no instalan la explotación colectiva del suelo. Cada familia recibe campos en usufructo durante un determinado período. Pero estos campos son redistribuidos con frecuencia para evitar favorecer a algún miembro de la comunidad a expensas de los otros. Las praderas y los bosques son explotados en común.

Este sistema de la comunidad aldeana, basada en la ausencia de la propiedad privada del suelo, se encuentra en el origen de la agricultura en casi todos los pueblos del mundo. Esto demuestra que en aquel momento la sociedad no estaba aún dividida en clases, a nivel de aldea.

Los lugares comunes con los que se nos golpea constantemente los oídos, y según los cuales la desigualdad social estaría enraizada en la desigualdad de los talentos o de las capacidades de los individuos, según los cuales la división de la sociedad en clases seria el producto del «egoísmo innato en los hombres» y, por tanto, en la «naturaleza humana», no poseen ninguna base científica. La opresión de una clase social por otra no es el producto de la «naturaleza humana» sino de una evolución histórica de la sociedad. La opresión no ha existido siempre. No existirá siempre. No ha habido siempre ricos y pobres, y no los habrá por siempre.

5. La rebelión contra la desigualdad social a través de la historia
La sociedad dividida en clases, la propiedad privada del suelo y de los medios de producción no son de ningún modo producto de la «naturaleza humana». Son el producto de la evolución de la sociedad y de sus instituciones económicas y sociales. Vamos a ver cómo nacieron y cómo desaparecerán. En efecto, desde que apareció la división de la sociedad en clases, el hombre manifiesta nostalgia de la antigua vida comunitaria. Encontramos las expresiones de esta nostalgia en el sueño de la «edad de oro» que sería situada en los albores de la existencia humana sobre la tierra, sueño que describen los autores clásicos chinos, y los griegos y latinos. Virgilio dice claramente que en la época de esta edad de oro las cosechas eran compartidas en común, lo que quiere decir que la propiedad privada no existía.

Numerosos filósofos y sabios célebres han considerado que la división de la sociedad en clases representa la fuente de la enfermedad social, y han elaborado proyectos para suprimirla.

He aquí cómo el filósofo griego Platón caracteriza el origen de las desgracias que se abaten sobre la sociedad: «Incluso la ciudad más pequeña está dividida en dos partes, una ciudad de los pobres y una ciudad de los ricos que se oponen (como) en estado de guerra.»

Las sectas judías que pululan al comienzo de nuestra era, y los primeros Padres de la Iglesia que han continuado la tradición en los siglos III y IV de nuestra era, son así mismo feroces partidarios de un retorno a la comunidad de bienes.

San Bernabé escribe: «No hablarás nunca de tu propiedad, pues si tú gozas en común de tus bienes espirituales, aún será más necesario gozar en común de tus bienes materiales.» San Cipriano ha pronunciado numerosos alegatos en favor del reparto igualitario de los bienes entre todos los hombres. San Juan Crisostomo es el primero que exclama: «la propiedad es un robo». Incluso San Agustín ha comenzado por denunciar el origen de todas las luchas y de todas las violencias sociales en la propiedad privada, para modificar más tarde su punto de vista.

Esta tradición se continuará en la Edad Media, en especial por San Francisco de Asís y los precursores de la Reforma: los Albigenses y los Cataros, Wycleff, etcétera. He aquí lo que dijo el precursor inglés John Ball, alumno de Wycleff, en el siglo XVI: «Hace falta abolir la servidumbre y hacer a todos los hombres iguales. Los que se llaman nuestros dueños consumen lo que producimos... Deben su lujo a nuestro trabajo.»

Finalmente, en la época moderna, vemos cómo estos proyectos de sociedad igualitaria se van haciendo cada vez más precisos, claramente en La Utopía, de Tomás Moro (inglés); en La ciudad del sol, de Campanella (italiano); en la obra de Vaurasse d'AHais (siglo XVII): en el Testamento de Jean Meslier, y en El código de la naturaleza, de Morelly (siglo XVIII) ( francés).

Al lado de esta rebelión del espíritu contra la desigualdad social, ha habido innumerables rebeliones materiales, es decir, insurrecciones de las clases oprimidas contra sus opresores. La historia de todas las sociedades de clases es la historia de las luchas de clases que las desgarran.

6. Las luchas de clases a través de la historia
Estas luchas entre la clase explotadora y la clase explotada o entre diferentes clases explotadoras toman las formas más variadas según la sociedad que se examine y la etapa precisa de su evolución. Así en las sociedades llamadas «de modo de producción asiático» (Imperio del Oriente clásico) ha habido un gran número de rebeliones.

En China, innumerables sublevaciones de campesinos jalonan la historia de las sucesivas dinastías que reinaron en el Imperio. El Japón también ha conocido un gran número de insurrecciones campesinas, sobre todo en el siglo XVIII.

En la antigüedad griega y romana hay una sucesión ininterrumpida de rebeliones de esclavos —de las que  la más conocida es la de Espartaco— que contribuyeron eficazmente a la caída del Imperio Romano. Entre los «ciudadanos libres» propiamente dichos, hubo una lucha violenta entre una clase de campesinos  endeudados y de comerciantes-usureros, entre los desposeídos y los poseedores.

En la Edad Media, bajo el régimen feudal, las luchas de clase han enfrentado señores feudales a comunas libres basadas en una pequeña producción comercial, a artesanos y comerciantes en el seno de estas comunas, y a algunos artesanos urbanos y campesinos de los alrededores de las ciudades. Hubo, sobre todo, luchas de clase feroces entre la nobleza feudal y el campesinado que trataba de sacudirse el yugo feudal, luchas que tomaron formas resueltamente revolucionarias con las Jacqueries en Francia, la guerra de Wat Tyler en Inglaterra, la guerra de los Musitas en Bohemia y la guerra de los campesinos en la Alemania del siglo XVI.

Los tiempos modernos están marcados por las luchas de clase entre la nobleza y la burguesía, entre los maestros artesanos y los aprendices, entre los ricos banqueros y comerciantes, por una parte, y los «brazos desnudos» de las ciudades por la otra, etc... Estas luchas anuncian ya las revoluciones burguesas, el moderno capitalismo, y la lucha de clase del proletariado contra la burguesía.

Bibliografía:
K, Marx y F. Engels: El manifiesto comunista.
F. Engels: Anti-Dühring (2.a y 3.a parte).
Max Beer: Historia del socialismo.
K. Kautsky: Los orígenes del cristianismo.
Morton: La utopía inglesa.