martes, 5 de abril de 2016

Estado, Economía y Sociedad (Historia Económica de Venezuela desde 1830 al 1900 de Rafael Cartay: extractos de algunos capítulos).


El 13 de enero de 1830, cuando Venezuela se separó de la Gran Colombia, recomenzó su vida republicana en medio de una extendida miseria pública y un aparato productivo arruinado por la guerra. Ésta y la secuela de males no habían cesado ni cesó durante todo el siglo XIX, con escasas y breves interrupciones de períodos de paz, llenos de tensiones. En aquel momento no se trataba de combatir las imposiciones de una metrópoli ultramarina, sino del ajuste y reajuste de una nueva correlación de fuerzas económicas, políticas y sociales en el interior de aquella Venezuela fragmentada por la geografía y la historia.

La Venezuela del siglo XIX fue una nación, pero sólo en el papel. En la práctica, lo que en teoría fue una unidad, se atomizaba, se disgregaba en provincias independientes entre sí, se fragmentaba en poderes regionales, se dividía en pasiones políticas.

Fernando de Peñalver, en carta a Bolívar en 1819, comentaba con tristeza: “Cuanto mal nos hace la falta de espíritu nacional y el apego de nuestros Generales y los oficiales a sus Provincias”.

El gran desafío para los gobernantes del siglo XIX fue el de poblar de hombres y caminos aquel vasto territorio desolado por la guerra y seccionado por los accidentes geográficos. Y también el de crear un contexto político unitario, donde la referencia fuera el poder central, para eliminar las continuas disidencias armadas regionales. El bienestar colectivo importaba poco, o era pospuesto, ante las urgencias de la sobrevivencia en el poder.

Los gastos de la guerra
Era difícil, sin embargo, tener en aquella época un proyecto político nacional claro. Y en caso de tenerlo, cómo realizarlo si la guerra tocaba continuamente a todas las puertas. Venezuela era, como dijo una vez el propio Guzmán Blanco, como un cuero seco: “si lo pisaban de un lado, se levantaba por el otro”. Este enguerrillamiento permanente distraía la atención y la energía del gobernante, y consumía buena parte de los escasos recursos del estado. Y se repetía el ciclo estéril de la gestión de gobierno donde más importante resultaba obtener el poder y conservarlo, combatiendo a los insurrectos, que hacer una verdadera obra de reconstrucción nacional.

Según se comentaba en el periódico LA OPINIÓN NACIONAL (del 05 de mayo de 1881): “Transcurría Venezuela sin progreso alguno por impulso de las leyes ni por el de sus conductores. Vinieron después los tiempos calamitosos de las guerras civiles, que destruyeron hasta el día de hoy gran parte de la riqueza pecuaria, recargando de deudas al tesoro público y crearon hábitos contrarios al progreso del país, pues se tomó la política como industria más productiva que toda otra ocupación personal”.

Los gastos de la guerra consumieron  los presupuestos nacionales “haciendo crecer los gastos públicos, siendo esta la causa más poderosa para que no hayan estado debidamente satisfechos todos sus servidores”. 

La deuda pública: orígenes
La deuda pública pesó mucho sobre el presupuesto nacional. Los gastos de la guerra de independencia fueron financiados por los ingleses, quienes consideraban esa guerra “como una verdadera empresa comercial” (VETENCOURT, 1981). Y eso fue en realidad para América Latina, al lograrse la independencia de España, los ingleses se dedicaron  en la América Latina a controlar las minas, las tierras y el comercio. Para financiar los gastos de las guerras posteriores y crear una demanda solvente para las mercaderías inglesas concedieron empréstitos. El sistema financiero inglés y las casas comerciales de esa nacionalidad, emitieron varias series de bonos entre los años 1822 y 1825. En tres años esas series de bonos ascendieron a más de 21 millones de libras esterlinas, devengando un interés del 6% y un interés real del 8 al 10%.

Luego a la deuda pública exterior se le fueron sumando empréstitos  de la dictadura de Páez, de la Federación y de la gestión de Joaquín Crespo. Mientras que a la deuda pública interna se le agregaron los gastos y perjuicios de las guerras civiles, la deuda derivada de la abolición de la esclavitud, la deuda de las recompensan militares y los préstamos interiores de 1830.

Cuando se logró la independencia se clamaba por la libertad para exportar los productos nacionales a cualquiera que fuera el mercado del mundo. Pero la libre exportación tenía como irónica contrapartida, la libre importación de manufacturas. Y en esa época del auge capitalista mundial, los ingleses se beneficiaban de los efectos expansivos de su Revolución Industrial, invadiendo con sus productos los principales centros de consumo del país. Los que querían protección para la industria nacional, se quejaban de la excesiva dependencia con respecto a la manufactura extranjera y de la precariedad de  nuestra artesanía y pequeña industria. Pero poco podían hacer, ya que el sistema imperante de comercio exterior, además de satisfacer  las insuficiencias del consumo interno, producían la mayor parte del erario público; lo cual a su vez se sumaba al peso político que tuvieron los comerciantes en el siglo XIX, a diferencia de los productores agrícolas. 

POBREZA DE MUCHOS Y OPULENCIA DE POCOS
Venezuela fue inundada de mercancías extranjeras, ahogándose los esfuerzos productivos internos. Luego se incrementó el consumo de bienes y servicios sin correspondencia con un desarrollo económico interno autosostenido.
El país cayó presa de una excesiva imitación de lo europeo. Pero esa imitación no se extendió a la esfera de la producción misma, ya que se limitó únicamente a copiar modos de consumo, emulando la manera en que los franceses e ingleses  gastaban su dinero en vestidos, alimentos y diversiones; imitando también los modos arquitectónicos y literarios, copiando sus costumbres e ideas sociales, políticas y económicas.

Los pobres, como es de suponerse, en aquel país sin protección social para sus trabajadores, apenas subsistían, reduciendo su consumo a los productos de primera necesidad. El de clase de ingresos medios podía acceder a productos de primera necesidad y algunos de lujo; y la clase de altos ingresos consume y mucho artículos de gran lujo.