La mano de obra esclava era la fuerza de trabajo predominante a principios del siglo XIX. “El proceso de liberación de la mano de obra esclavizada fue lento, a pesar de las promesas continuas y de las buenas intenciones. Los esclavos a pesar de sus muchas rebeliones poco lograron mejorar su situación, porque esos movimientos jamás tuvieron una importancia nacional” (Brito Figueroa).
El 23 de mayo de 1816, Simón Bolívar al llegar a Margarita, procedente de Puerto Príncipe (Haití), donde prometió a Petión la libertad de los esclavos expresó: “No habrá pues más esclavos en Venezuela que los que quieran serlo”.
El 23 de mayo de 1816, Simón Bolívar al llegar a Margarita, procedente de Puerto Príncipe (Haití), donde prometió a Petión la libertad de los esclavos expresó: “No habrá pues más esclavos en Venezuela que los que quieran serlo”.
Más tarde, el 2 de junio del mismo año advirtió Bolívar: “El nuevo ciudadano que rehúse tomar las armas para cumplir con el sagrado deber de defender su libertad, quedará sujeto a la servidumbre, no sólo él sino también sus hijos menores, su mujer y sus ancianos padres”.
Durante la época de la Gran Colombia, el Congreso de Cúcuta aprobó, por iniciativa del gobierno de Antioquia, consciente de lo antieconómico que resultaba la esclavitud una ley de manumisión del 19 de julio de 1821.
Los intentos abolicionistas siempre chocaron contra los intereses de los esclavistas. La realidad económica y política fue debilitando la fuerte oposición de los hacendados, convenciéndolos de que la conversión de la mano de obra esclava en servil o asalariada no sería tan perjudicial para sus intereses, sino que más bien la favorecería.
Poco a poco la resistencia de los esclavistas fue disminuyendo. La legislación en marcha lenta hacia la abolición definitiva, regulaba la vida de los manumisos, creando una clase servil ligada a la tierra, y fijándola a la misma clase de tarea y al mismo lugar donde habían crecido. Esas reglamentaciones fueron complementadas por códigos de policía elaboradas en Provincias: “Una comparación superficial de las leyes de policía que regía a peones y jornaleros con los plazos de contrato de aprendizaje con los manumisos demuestra claramente la cuidadosamente esperada transición de la esclavitud al peonaje” (Lombardi).
Hacia 1821, en un periódico vocero de los intereses esclavistas se expresaban así: “la esclavitud es absolutamente necesaria para la preservación de nuestro pueblo” (El Observador Caraqueño).
Así se pensaba entonces. Aun para 1854 al discutirse la Ley de abolición de la esclavitud, donde había toda clase de personalidades que defendían aquel punto de vista. Francisco Oriach refería: “El derecho de propiedad es tan sagrado como el de la libertad”. Por otro lado estaba Federico Guillermo Silva, defendiendo el derecho a la libertad. Aunque estuvo de acuerdo con la indemnización a los dueños de “lo que ellos creen son sus valores, que para mí no son tales valores, porque el hombre no es propiedad enajenable”.
Finalmente el Congreso de Venezuela abolió la esclavitud el 24 de marzo de 1854. Dicha ley disponía el cese de la obligación legal de prestación de servicios de los manumisos, acordando también la indemnización de los dueños de esclavos.
Con todo, la liberación de esclavos en 1854 obedeció más que a un profundo sentimiento de igualdad social, a una conveniencia económica y política. Económica porque el caco estaba siendo desplazado por el café como producto de exportación principal y era sumamente costoso para los propietarios mantener a los esclavos; aparte que la indemnización le traería sus dividendos. Y conveniencia política porque la liberación de los esclavos le asestaría un duro golpe al partido de los Conservadores, donde militaban muchos esclavistas, lo que garantizaría el poder en manos de los liberales y caudillos orientales, como el caso de los hermanos Monagas (Brito Figueroa).
Hasta 1854 los esclavistas habían defendido la esclavitud porque los esclavos eran, a pesar de todo lo antieconómico de su mantenimiento, una mercancía, en tanto bien apropiado y sujeto de compra-venta y una garantía para obtener préstamos.
Pero para esa fecha, los esclavistas estaban muy presionados por el envejecimiento de sus esclavos. Era obvio que la esperanza de vida de un esclavo no era muy alta, por eso prefirieron aceptar la liberación con el propósito de salvar algo de su capital. No olvidemos que para 1810 se redujo notablemente la entrada de esclavos nuevos a Venezuela, y los hijos de esclavas nacidos después de 1830 quedaban libres a partir de cumplir los 21 años,según la Ley de Manumisión. Así que para 1854 la esclavitud estaba condenada a desaparecer por la fuerza de los hechos y de las disposiciones. Sagazmente los esclavistas prefirieron salvar parte de su patrimonio.
Los esclavos liberados se convirtieron en campesinos enfeudados (colonos medianeros y pisatarios), en jornaleros o peones, en sirvientes domésticos o se unieron a las bandas de merodeadores dedicados al abigeato en los llanos o se convirtieron en asalariados de los hacendados que antes fueron sus amos. A los peones se les pagaba un salario con vales o fichas que solo podían ser utilizadas en las tiendas de las haciendas para la compra de artículos de consumo a precios superiores a los existentes en el mercado local, ocasionando -debido al bajo salario de los trabajadores- un endeudamiento creciente, y una nueva forma de sojuzgamiento lo indicó claramente: “El peón se compra por medio de lo que se le fía, se le presta o se le adelanta con usura, y para el cumplimiento del pacto el que lo explota cuenta con las facilidades que le brinda el comisariato en cuyo nombramiento influye”.