El anticomunismo se expresó en forma diversa en América Latina: desde la represión policial y militar hasta la creación de partidos abiertamente anticomunistas, pasando también por la instigación a través de leyes y decretos que prohibían la propaganda y las organizaciones de abierta o velada filiación marxista. Puede decirse que esa fue la constante en nuestro continente hasta cesada la guerra fría por la caída del bloque socialista a finales de los años ochenta del siglo pasado. No obstante, el latiguillo anticomunista anida hoy en las mentes de quienes franca o disimuladamente ejercen la intolerancia política. El anticomunismo, en síntesis, está vinculado ayer y hoy con la negación de la igualdad y la libertad política. El origen del anticomunismo en Venezuela se encuentra en la dictadura militar de Juan Vicente Gómez.
Luego el gobierno de Eleazar López Contreras,pese a ser considerado de transición a la democracia, amplió los fundamentos legales y pretendió dar base doctrinaria a la exclusión política basada en el anticomunismo, toda vez que de tal condición fueron acusados sectores e individualidades que no eran necesariamente de militancia comunista y que fueron encarcelados y expulsados del país. Después, la coexistencia pacífica sazonada en la alianza de los Estados Unidos y la Unión Soviética por su lucha común contra el eje nazi-fascista, hizo que durante el tiempo de Isaías Medina Angarita se abriera un compás que permitió, hacia 1945, la legalización del hasta entonces proscrito Partido Comunista de Venezuela.
Pero, en la medida en que cuajaba el hielo de la guerra fría, reapareció la fobia contra el comunismo. Fobia protagonizada por la Junta Militar de Gobierno y la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y por la democracia representativa de la mano de Rómulo Betancourt quien, pese a haber izado banderas rojas en su juventud –fue militante del Partido Comunista de Costa Rica entre 1931 y 1935– se convirtió luego de 1948 y con especial fuerza desde 1958, en un rabioso militante anticomunista. Revisaremos el anticomunismo en Venezuela en dos momentos claves: primero, su establecimiento en el panorama político durante el gobierno de Juan Vicente Gómez; y segundo, su desarrollo durante el gobierno de Eleazar López Contreras, convencionalmente tenido como de transición a la democracia.
En 1917 el régimen de Juan Vicente Gómez había superado los días de la luna de miel. El consenso que le rodeó desde su arribo al poder hasta 1914 había llegado a su fin. Atrás había quedado el apoyo de los no pocos opositores a Castro y la ausencia de presos políticos. Quienes le flanquearon al principio, mochistas, crespistas y liberales amarillos se habían percatado de sus intenciones de permanecer en el poder y habían montado tienda aparte. La modernización del ejército, iniciada con la fundación de la Academia Militar de Venezuela, comenzaba a cumplir su cometido político como lo era el del control interno del país. El alivio que significó la llegada de Gómez al poder se había trocado en martirio. Por esos días, la prensa venezolana, igual que sus pares en el mundo, reseñaba un evento que sacudiría los cimientos de la historia de la humanidad: la gran revolución socialista de octubre. La proeza de los revolucionarios rusos, de intentar erigir un país socialista en el más atrasado de toda Europa, sería referida de modo peculiar por los diarios venezolanos. Es así como El Universal, matutino que siempre actuó bajo los designios del dictador, El Nuevo Diario, periódico oficioso del régimen de Gómez y La Religión, vocero oficial de la iglesia católica, contaron lo sucedido bajo títulos como: “la anarquía rusa”, “la caótica situación rusa”, “la oscura situación de Rusia”, “el terror en Rusia”. De modo que los hacedores de opinión pública en Venezuela catalogaron al triunfo bolchevique como indeseable y fuente de desorden y anarquía.
En esos reportajes, que sería muy extenso reseñar al pie de la letra, se reitera la descalificación del comunismo por ser presuntamente un sistema “disolvente, ateo y enemigo de la propiedad privada”. Así, las informaciones provenientes de Rusia eran presididas por rótulos como “Las víctimas del hambre”, para referirse a los rusos, “El azote del hambre”, “La tragedia rusa” o “La agonía de un pueblo” para aludir el efecto inmediato del gobierno revolucionario; y para rematar, finalmente, firmaban que en el viejo reino de los zares se sucedía “El fin del Mundo”. De modo que el discurso anticomunista llegó primero que el comunismo a Venezuela.
“Queda también prohibida la propaganda del comunismo”
1928 será un año crucial para los venezolanos, pues es el año de nacimiento de la generación que asumirá la conducción de Venezuela luego de 1945. Pero también es el año en el cual nacerá la segunda oposición a Gómez, centrada principalmente en los sucesos de la semana del estudiante; una oposición política que tendrá como característica primordial el carácter estudiantil y estrictamente urbano, muy distinto a la vieja y caudillezca oposición política del siglo XIX. Siempre se ha dicho que fue Pedro Manuel Arcaya, insigne historiador venezolano y para la fecha Ministro de Relaciones Interiores del gomecismo, quien propuso la inclusión, en la reforma constitucional de ese año y una de las siete que haría el gomecismo, de un aparte que prohibiera expresamente la propaganda comunista en el país. Vemos como lo refiere Arcaya en sus Memorias: “Previendo los grandes peligros que sobrevendrían si la propaganda comunista se infiltrase en Venezuela, logré que se insertase en el Proyecto de Constitución(…) la prohibición de tales doctrinas”. Así, en el inciso sexto del artículo 32 de la Constitución promulgada el 22 de mayo de 1928. Se puede leer: “Queda también prohibida la propaganda del comunismo”.
Esto explica el hecho que por esos días y con motivo de las revueltas estudiantiles de ese año sean detenidos en “La Rotunda” alrededor de ochenta jóvenes bajo la acusación de comunistas. Aurelio y Mariano Fortoul, Ernesto Silva Tellería, Juan Bautista Fuenmayor, Kotepa Delgado, Ángel J. Márquez, José Antonio Mayobre, Ramón Abad, Horacio Cabrera Sifontes, Fernando Key Sánchez, Pablo Vaamonde, Pedro González, Víctor García Maldonado, José Ángel Guevara, Simón Reyes, fueron algunos de los encarcelados entonces. Junto a ellos, JóvitoVillalba y José Pío Tamayo –pionero de la introducción del marxismo en Venezuela– se hallaban en el Castillo de Puerto Cabello desde los años 1929 y 1928, respectivamente.
Luego, el 15 de mayo de 1934, el Senado de la República aprobó el acuerdo presentado por varios de los miembros de esa cámara que perseguía solicitar al ejecutivo medidas más enérgicas para evitar la propagación del comunismo. Este acuerdo no repercutió más allá de reforzar lo ya establecido por el inciso sexto de la Constitución Nacional. Apelando a la letra de ese inciso, se desataba la más feroz cacería en contra de las actividades del Partido Comunista de Venezuela, el decano de los partidos modernos en el país, cuya primera conferencia había tenido lugar en la clandestinidad en 1931.
El anticomunismo lopecista
1936 fue el año inaugural de la participación popular en Venezuela. Ese es el año del 14 de febrero, de las huelgas generales de mayo y junio, convocadas para detener la política represiva de López Contreras y de la huelga petrolera que perseguía mejorar las magras condiciones salariales del recién surgido proletariado petrolero. Además, se sucedieron conflictos laborales menores, como la huelga de telegrafistas.
1936 fue el año inaugural de la participación popular en Venezuela. Ese es el año del 14 de febrero, de las huelgas generales de mayo y junio, convocadas para detener la política represiva de López Contreras y de la huelga petrolera que perseguía mejorar las magras condiciones salariales del recién surgido proletariado petrolero. Además, se sucedieron conflictos laborales menores, como la huelga de telegrafistas.
Ese año, a la par del auge popular, crecen y se fortalecen las prevenciones legales contra la penetración, a esas alturas inevitable, del fantasma comunista. Muestra de ello sería la ampliación del citado inciso sexto de la Constitución Nacional que estipularía, además de proscribir la propaganda bolchevique, la consideraría como: “contrarias a la independencia, a la forma política y a la paz social de la nación(…) y los que las proclamen, propaguen o practiquen serán considerados traidores a la patria y castigados conforme a las leyes”. Además, la ley autorizaba al gobierno a expulsar del país a cualquier individuo que se considerase estuviese afiliado a las ideas de Lenin: “en todo tiempo el Ejecutivo Federal, háyanse o no suspendidas las garantías constitucionales, debe impedir la entrada al territorio de la República o expulsarlos de él, por el plazo de seis meses a un año si se tratase de nacionales o por tiempo indefinido si se tratase de extranjeros, a los individuos afiliados a cualquiera de las doctrinas antedichas, cuando considerare que su entrada al territorio de la República o su permanencia en él pueda ser peligrosa o perjudicial para el orden público o la tranquilidad social”.
Todo ello porque durante el largo régimen de Gómez el comunismo era un temor que se veía lejano, y que fue usado para reprimir a los jóvenes de la Generación del 28, pero en tiempos de López Contreras ese miedo era real, toda vez que la izquierda comunista se había hecho presente y demostraba especial ascendencia en los sectores populares, obreros y estudiantiles. Estos preceptos legales sirvieron al gobierno de López Contreras para desplegar su política represiva en contra de la oposición, cuyo punto culminante fue la expulsión en 1937 de un grupo importante de recién estrenados políticos venezolanos, entre ellos a Rómulo Betancourt, quien optó por permanecer clandestino en Venezuela.
La ampliación de las prevenciones legales contra los rojos verificadas durante el lopecismo, va a encontrar respaldo en los medios de comunicación de la época. Un ejemplo evidente fue La Esfera, diario de furibundo anticomunismo y que se dedicó a hacer campaña a favor de las ideas fascistas, del nazismo y del franquismo.
El “Libro Rojo”
Como parte de la campaña anticomunista del lopecismo, se publicó un libro bajo el rótulo La verdad de las actividades comunistas en Venezuela. En él se dieron a la luz pública un conjunto de documentos procedentes del espionaje gomecista en el exterior, algunos originarios de la prefectura de Caracas y los incautados del archivo personal de Raúl Leoni. En él se publicaron documentos relativos al Partido de la Revolución Venezolana –núcleo inaugural del PCV– además de las actividades de algunas agrupaciones como ARDI (Agrupación Revolucionaria de Izquierda) y de ORVE (Movimiento de Organización Venezolana), todos acusados de abierta filiación comunista. La salida de esta publicación generó controversias en el seno de la izquierda, dado el origen de las informaciones allí contenidas. Este libro constituye hoy una pieza de gran valor histórico.
En definitiva, a Venezuela llegó primero el anticomunismo que el comunismo propiamente dicho. Los regímenes de Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras fueron especialmente puntillosos al respecto. El primero, inauguró en 1928 la prohibición constitucional de la propaganda comunista, mientras que el segundo se encargó de ampliar y profundizar el anticomunismo criollo.
Texto extraído de la Revista Memorias de Venezuela No.10